Los pinos rojos
Pensé que el otoño se había adelantado cuando miré de lejos
Mi estudio está rodeado de pinos, desde la ventana miro sus troncos grises y tengo que alzar los ojos para asomarme a su punta que contrasta con un cielo azul. Hay follaje verde y rojo. Los veo bailar la danza altísima del aire, no los sabía tan flexibles. Bajo la mirada hasta su base y me detengo ante la cinta plástica amarilla que señala a unos y a otros no. Investigo: los pinos rojos son los marcados. Me acerco a leer: pest zone. Empiezo a sospechar del otoño y la hermosura de los tonos.
No sólo el follaje es diferente, la corteza es notablemente distinta, en color, textura, en el dibujo de sus formas. Pienso que son árboles enfermos pero si están rojos es que ya están muertos. Vive en ellos una plaga de escarabajos descortezadores que se nutren de su savia. Los gorgojos necesitan proteger los huevecillos del frío y los instalan entre la madera y la corteza donde se convierten en larvas, crisálidas, luego escarabajitos que buscarán un sitio donde hacer nido.
Los pinos rojos están muertos de pie, me doy cuenta que la mitad del bosque es una tumba. Panteón sólo para los pinos, reflexiono, es el hábitat idóneo para otro tipo de vida. La madera sin utilidad humana es altamente rica en nutrientes para la tierra que absorberá cuando el árbol caiga en uno o en cien años.
Conozco a un pintor canadiense, ése es su tema de trabajo: el registro de los pinos rojos en su país. Para él es metáfora de la enfermedad social y el espacio que ocupa. Con el calentamiento global los escarabajos, sin frío, viven más tiempo. Los enfermos, con medicina, también. Pasamos varias tardes hablando de ello. Pensamos en la agonía del árbol, el año que tarda de pasar del verde al amarillo, al rojo. En silencio ambos tememos el dolor que eso implicaría en nuestras vidas, ¿dolerá a los árboles? Infierno para unos, incubadora para otros. Mientras hace sus cuadros y pasea en el bosque lee La divina comedia de Dante. Quizá un infierno sobre la tierra y no debajo, dice. Nos impresiona la belleza de la muerte, el intercambio de una forma de vida por la de otros. ¿Un sacrificio sin religión o la invasión de las especies?
La plaga está expandida por el continente americano, pasó de ser emergencia nacional a emergencia internacional. No hay plaguicida que acabe con el bicho y los bosques de coníferas están seriamente amenazados. Las autoridades locales harán una quema controlada de
--Es como el sida de los árboles –digo a Eric, el pintor. Sus ojos azules no tienen fondo.
-- La pregunta que me hago es qué tanto influye el hombre en ello. No hay manera de saber porque como civilización no llevamos más de 150 años estudiando los bosques y quizá esto ha sucedido muchas veces miles de años antes en los eternos ciclos de regeneración de la naturaleza.
--Influye pero no determina, supongo.
--El problema de creer que influenciamos es creer que lo podremos arreglar, esa prepotencia humana es horrible --dice él mientras miramos el bosque tras el ventanal. Las uñas de sus manos tienen restos de pintura.
Me explica que pronto sucederá el cambio de las hojas, será visible un par de semanas, una luz amarilla bañará la montaña.
--Lo que sí es que estando ahí te pasan y sientes cosas --dice aludiendo a sus estancias en el bosque.
--Un lugar sagrado para los nativos.
--¿Un lugar sagrado y enfermo o un lugar sagrado en renovación?
Hay más preguntas que respuestas. Alzamos
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