El respeto
Viajo en carretera. Voy en la parte trasera de una camioneta, un
--¿Qué es eso? –pregunto a la guía.
Veo una montaña de tierra café clara con enormes postes grises clavados como palillos. ¿Son árboles, son pilotes?
--Pinos, lo que queda de ellos. Hace cuatro años hubo un incendio.
Dios mío, cuánta devastación, kilómetros y kilómetros de este cementerio en pie. Quiero averiguar más pero ya alguien pregunta otras cosas. Finalmente se cuelan mis palabras, ella contesta.
--Los policías controlaban el tráfico para evitar bajas humanas pero a mí me gustaba venir a verlo. Es tan impresionante --dijo en tono casi romántico.
--¿Cuánto tiempo duró?
--Dos meses.
Espero a que lleguemos a nuestro destino. Son tres ojos de agua, cada uno de distinto color: rojo, amarillo y verde dependiendo la cantidad de óxido en
Aprovecho el regreso para platicar con
--De cualquier manera, mientras el incendio avanzaba el debate sobre si apagarlo o no fue muy intenso. Se acordó en detenerlo, excavaron una franja de
--Lo importante --continúo-- es que las llamas estén controladas, lo cual también es muy difícil porque el aire puede llevarlo a donde vive gente o hay fábricas. Intervenir y no intervenir con la naturaleza siempre es un riesgo. La tierra sabe cómo regenerarse, sólo que toma un tiempo que para nosotros es muy largo y que para ella es un pestañeo.
El regreso del viaje voy en silencio: cómo se respeta al supuesto depredador si no es con la conciencia de que todo es parte de un ciclo de crecimiento. En mi vida diaria huyo de aquello que pueda quemarme. En el sentido metafórico no dejo que el calor y las cenizas hagan su trabajo, les huyo. Tantas cosas nuevas florecerían en mí. Supongo que ése es el asunto de rendirse al que se refieren los budistas, entregarse, dejar que el flujo de la vida corra.
--Mira –dice
En efecto, ahí hay un bosque nuevo. Qué vida no está diseñada así, queriendo o sin querer. Es cuestión de saber recibir el incendio y la renovación.
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