Asistencia para los artistas
Cuando llegué al Centro Banff para las Artes era de noche, la oficina estaba cerrada, y no pudieron ofrecerme el paquete de información y bienvenida que acostumbran. Sin embargo la señorita de la recepción entregó, en la mano y mirándome a los ojos, el Programa de asistencia para los artistas.
La portada dice “Si estás confundido, extrañas tu casa, tienes ansiedad escénica o necesitas con quien hablar… Llámanos. Este programa puede ayudarte”. Muy bien impreso, en edición bilingüe de inglés y francés, con dos números ochocientos y una página en la red, Shepell.fgi (así se llama la prestación) está disponible las 24 horas del día siete días a la semana.
Se trata de un servicio externo para empresas que brinda a los empleados atención psicológica, orientación nutricional y asesoría familiar, para que la vida de los trabajadores sea más plena. Es gratuito, discreto y voluntario para el usuario; a las corporaciones cobran una iguala al mes. Hicieron una adaptación para el Centro Banff pensando en el bienestar de quienes visitan y lo ofrecen con mucha insistencia para que la residencia sea fructífera. Qué exagerados, pensé, pero si hubieran tenido un servicio así en India quizá no hubiera padecido tanto.
A este lugar vienen cinco mil artistas al año, de todo el mundo, en estancias de menor a mayor duración, entre una semana y tres meses, en que se separan de su vida ordinaria para bien o para mal. La labor artística requiere hacer uso de toda la materia interior del creador, y si uno está frágil, que generalmente se está así para trabajar, a la punta de la ola en algún momento le vendrá la cresta que en un ambiente de encierro, sin referentes de apoyo, puede ser muy duro. Lo normal es que los primeros días sean de ajuste pero si pasado algún tiempo no hay respuesta se está en un bloqueo creativo que generalmente lleva a
Emmanuel, un grabador mexicano que conocí aquí, comentó que quería venir y Diciembre y Enero pero le negaron esa temporada porque tienen experiencia que para los latinos no son los meses más adecuados. Uno de mis vecinos de colonia, un compositor canadiense, se puso de lo más contento cuando cruzamos tres palabras porque llevaba cinco días en el centro y era la primera vez que hablaba con alguien, creía que se estaba volviendo invisible entre tanta gente; es difícil hacer contacto personal en las comidas para 400 personas y mucho menos luego que cada quien se encierra a trabajar.
Ningún artista de los que conozco ha hecho uso del servicio, sin embargo nos da curiosidad. Entré a la página y se comprometen a contestar en menos de tres días hábiles, a mí eso no me sirve de nada; sospechamos que el servicio de teléfonos está en India y quizá nos conteste un tal Ramesh diciendo: Doncrai, doncrai, dey wil lov yur art.
A ojo de buen cubero durante el verano y principios de otoño hubo alrededor de 100 artistas en residencia de los cuales conocí a quince, unos acababan de llegar o ya se iban, tuve mucha suerte y coincidí con otros casi toda la estancia; además estaban los miembros de la orquesta o ballet que tendrían función el fin de semana. Entre mezclado asomaba durante una semana un
La verdad es que los primeros días me sentí perdida, aunque me gusta y necesito estar a solas extrañé a mis queridos y me hacía falta compañía. Hace mucho no me sentía en una especie de abandono. Gracias al skype, las clases de yoga, los amigos que empezaron a aparecer, y que me puse a trabajar a la semana la cosa marchó bien. Pero justamente hoy, que escribo este texto, me encontré con un pintor japonés a la hora de
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