Residencia artística
Una residencia artística es una experiencia de lo más enriquecedora.
En primer lugar, por el tiempo y espacio dedicados a
En segundo lugar, estar expuesto a otra geografía y otra cultura abre la sensibilidad y afecta no sólo el ánimo del creador sino de su obra. Sólo vivir en un espacio colectivo destinado al arte llena la sangre
En tercer lugar, la compañía de otros artistas es estimulantísima: conocerlos, saber sus intereses y formas de trabajo, ver su obra, escuchar nuevas referencias en pintura, cine, literatura, música; celebrar hallazgos comunes, abrir horizontes. Nos recomendamos libros, lugares, películas, intercambiamos teléfonos, páginas, correos. Compartimos opiniones en este caso sobre India y nuestras apreciaciones, también nuevas obsesiones (aquí todos andamos con temor al dengue así que a cada rato nos vemos untándonos repelente, vestimos manga larga y comentamos esta sensación de seguridad y belleza que da dormir protegido por pabellones de tela contra mosquitos). Somos colegas, amigos, guías, cómplices y de algún modo la familia que tenemos acá. La artista finlandesa una noche nos tuvo como postre las fotos que le habían llegado de su casi recién nacido sobrino. Entre todos pagamos la clase de yoga que sucede tres veces por semana. Celebramos cuando la conexión a Internet es posible y nos instalamos en el comedor a saciar la adicción al ciber espacio.
Durante mi estancia en sanskriti he compartido días con Luke, un poeta australiano; Stella, una novelista panameña; Florence, una pintora francesa; Felipe, un artista visual mexicano que vive en Brasil (qué gusto la coincidencia); Anja, una artista visual finlandesa que vive en Italia; Bárbara, una escritora australiana; Vicky, una artista visual australiana que vivió en Brasil; Alicia, una escritora estadounidense; Layma una pintora lituana. La mayoría somos mujeres, la hipótesis de quienes han estado en otras residencias es que las mujeres tenemos más lazos afectivos y actividades domésticas de los que es difícil separarse para trabajar. La necesidad de un cuarto propio, para decirlo con palabras de Virginia Wolf.
Nos reunimos a la hora de los alimentos con sobremesas de lo más apasionantes, alguna veces salimos a lugares y pasamos una tarde de cervezas y chisme en esa especie de domingos que hacemos a media semana. Una noche dijimos Buenas noches en cinco idiomas, pero ninguno lo dijo en el propio. Otra tarde estuvimos haciendo cuentas en reales, dólares americanos, dólares australianos, pesos y euros, pero estábamos hablando de rupias.
Cuando una residencia se da en un lugar tan vivo como este, en cultura y personalidades, las horas de trabajo pasan a un segundo lugar: se trata de absorber y vivir esta experiencia lo más que se puede. Por mi parte escribo cuatro o seis horas al día tres o cuatro veces por semana, lo demás voy a exposiciones, entrevistas, conferencias, paseo.
Espacios como este hay muchos en el mundo, oportunidades para vivirlos hay muy pocas. Soy de lo más afortunada al estar acá.
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